Especial

por Rogério Coelho

Procedimientos para apartar a los malos espíritus - Parte 2 e final

El lenguaje de los Espíritus es el verdadero critério por el cual podemos juzgarlos.


Experimentad si los Espíritus son de Dios. 
(I Juan, 4:1)


En la secuencia, dijo San Luís: “Sabéis que la revelación existió desde los tiempos más remotos, pero fue siempre apropiada al grado de adelantamiento de aquellos que la recibían. Hoy, no es si caso de hablaros por figuras y por parábolas: debéis recibir nuestras enseñanzas de un modo claro, preciso y sin ambiguedad. Pero sería muy cómodo no tener sino que preguntar para ser esclarecido; eso sería, de hecho, salir de las leyes progresivas que presiden al adelantamiento universal. No estéis, pues, admirados si, para dejaros el mérito de la elección y del trabajo, y también para puniros por infracciones que podeis cometer contra nuestros consejos, algunas veces es permitido a ciertos Espíritus, ignorantes más que mal intencionados, de responder en cualquier caso a vuestras preguntas. Eso, en lugar de ser para vosotros una causa de debilidad, debe ser un poderoso estímulo para buscar la verdad con ardor. Sed, pues, bien engreídos que, siguiendo esa ruta, no podéis dejar de llegar a resultados felices. Sed unidos de corazón y de intención; trabajad todos; buscad, buscad siempre, y encontraréis”. 

JEl lenguaje de los Espíritus serios y buenos tiene un cuño del cual es imposible equivocarse, por poco que se tenga tacto, de juicio y del hábito de la observación. Los malos Espíritus, por cualquier velo hipócrita que ellos cubren sus torpezas, no pueden jamás sostener su papel indefinidamente; ellos muestran siempre sus verdaderos proyectos por alguna faceta, de otro modo, si su lenguaje fuera sin mácula ellos serían buenos Espíritus. El lenguaje de los Espíritus es, por lo tanto, el verdadero critério por el cual podemos juzgarlos; siendo el lenguaje la expresión del pensamiento, tiene siempre un reflejo de las cualidades buenas o malas del individuo. ¿No es siempre por el lenguaje que nosotros juzgamos a los hombres que no conocemos? ¿Si recibís veinte cartas de veinte personas que jamás visteis, es leyéndolas que estaréis impresionados diversamente? ¿Es que, por la cualidad del estilo, por la elección de las expresiones, por la naturaleza de los pensamientos, por ciertos detalles mismos de forma, no reconocéis, en aquello que os escribió, a un hombre bien elevado de un hombre grosero, un sabio de un ignorante, un orgulloso de un hombre modesto? Ocurre absolutamente lo mismo con los Espíritus: ¡suponed que sean hombres que os escriben, y juzgarlos de igual manera; juzgarlos severamente! Los buenos Espíritus no se ofenden de modo alguno con esa investigación escrupulosa, una vez que son ellos mismos que nos la recomiendan como medio de control. Sabemos que podemos ser engañados, por lo tanto, nuestro primer sentimiento debe ser el de desconfianza; sólo los malos Espíritus que buscan inducirnos al error pueden temer el examen, porque estos, lejos de provocarlo, quieren ser creídos bajo palabra.

De ese principio transcurre muy natural y muy lógicamente, el medio más eficaz de alejar a los malos Espíritus, y de prevenirse contra sus vellaquerias. El hombre que no es escuchado para de hablar; el vellaco que sabe que se está a la par de que él es, no hace tentativas inútiles. De igual manera los Espíritus engañadores abandonan la parte donde ven que nada tienen que hacer, y donde no encuentran sino personas atentas que rechazan todo lo que les parezca sospechoso.

Nos resta, para terminar, pasar revista a los principales caracteres que nos revelan el origen de las comunicaciones espíritas:

1. Los Espíritus superiores tienen en muchas circunstancias un lenguaje siempre digno, noble, elevado, sin mezcla con cualquier trivialidad; ellos dicen todo con simplicidad y modestia, no se vangloriam nunca, no exhiben jamás su saber ni su posición entre los otros. La de los Espíritus inferiores o vulgares tiene siempre algún reflejo de las pasiones humanas; toda la expresión que exhala la bajeza, la suficiencia, la arrogancia, la fanfarronería, la acritud, es un indicio característico de inferioridad, o de fraude si el Espíritu se presenta bajo un nombre respetable y venerado.

2. Los buenos Espíritus no dicen sino lo que saben; ellos se callan o confiesan su ignorancia sobre lo que no saben. Los malos hablan de todo con seguridad, sin  importarles la verdad. Toda herejia científica notoria, todo principio que choca con la razón y el buen sentido, muestra el fraude si el Espíritu se da por un Espíritu esclarecido.

3. El lenguaje de los Espíritus elevados es siempre idéntico, sino por la forma, al menos por el fondo. Los pensamientos son los mismos, cualesquiera que sean el tiempo y el lugar; ellos pueden ser más o menos desarrollados según las circunstancias, las necesidades y las facilidades de comunicar, pero no serán contradictorios. Si dos comunicaciones llevando el mismo nombre están en oposición una con la otra, una de las dos, evidentemente, es apócrifa, y la verdadera será aquella donde NADA desmienta el carácter conocido del personaje. Una comunicación que haya en todos los puntos el carácter de la sublimidad y de la elevación, sin ninguna mácula, es que ella emana de un Espíritu elevado, cualquiera que sea su nombre; encierra ella una mezcla de bueno y de malo, será de un Espíritu común, si él se da por aquello que es: de un canalla adornarse con un nombre que no sepa justificar.

4. Los buenos Espíritus nunca mandan; no se imponen: ellos aconsejan, y, si no son escuchados, se retiran. Los malos son imperiosos: dan órdenes, y quieren ser obedecidos. Todo Espíritu que se impone traiciona su origen.

5. Los buenos Espíritus no lisonjean; ellos aprueban cuando se hace bien, pero siempre con reserva; los malos dan elogios exagerados, estimulan el orgullo y la vanidad predicando la humildad, y buscan exaltar la importancia personal de aquellos que quieren captar.

6. Los Espíritus superiores están por encima de las puerilidades de las formas, en todas las cosas; para ellos el pensamiento es todo, la forma nada es. Sólo los Espíritus vulgares pueden unir importancia a ciertos detalles incompatibles con ideas verdaderamente elevadas. Toda prescripción meticulosa es una señal de inferioridad y fraude de parte de un Espíritu que toma un nombre imponente.

7. Es necesario desconfiar de nombres bizarros y ridículos que toman ciertos Espíritus que quieren imponerse a la credulidad; sería soberanamente absurdo tomar esos nombres en serio.

8. Es necesario igualmente desconfiar de aquellos que se presentan, muy fácilmente, bajo nombres extremadamente venerados, y no aceptar sus palabras sino con la mayor reserva; es ahí sobre- todo que un control severo es indispensable, porque, frecuentemente se trata de una máscara que toman para hacer creer en pretendidas relaciones íntimas con los Espíritus fuera de línea. Por ese medio ellos agradan la vanidad, y de él se aprovechan para inducir, frecuentemente, a diligencias lamentables o ridículas.

9. Los buenos Espíritus son muy escrupulosos sobre los medios que puedan aconsejar; ellos no tienen jamás, en todos los casos, sino un objetivo serio y eminentemente útil. Se debe, pues, mirar con sospechas todos aquellos que no tengan ese carácter y maduramente reflexionar antes de ejecutarlos.

10. Los buenos Espíritus no prescriben sino el bien. Toda máxima, todo consejo que no esté estrictamente conforme a pura caridad evangélica no puede ser la obra de buenos Espíritus; ocurre lo mismo con toda insinuación malévola propensa a excitar el entreter sentimientos de odio, de celo o de egoísmo.

11. Los buenos Espíritus no aconsejan jamás sino cosas perfectamente racionales; toda recomendación que se alejara de la derecha línea del bueno senso y de las leyes imutáveis de la Naturaleza acusa un Espíritu limitado y aún bajo la influencia de prejuicios terrestres, y, así pues, poco digno de confianza.

12. Los Espíritus malos, o simplemente imperfectos, se traicionarían aún por señales materiales con las cuales no podría equivocarse. Su acción sobre el médium, algunas veces, es violenta, y provoca en su escritura movimientos bruscos e irregulares, una agitación febril y convulsiva, que contrasta con la tranquila y la dulzura de los buenos Espíritus.

13. Otra señal de su presencia es la obsesión. Los buenos Espíritus no obsesan jamás; los malos se imponen en todos los instantes; por eso es por lo que todo médium debe desconfiar de la necesidad irresistible de escribir que se apodera de él en los momentos más inoportunos. Eso nunca traduce la actitud de un buen Espíritu, y no debe a eso ceder.

14. Entre los Espíritus imperfectos que se mezclan a las comunicaciones, están los que se insinúan, por así decir, furtivamente, como para hacer una travesura, pero que se retiran tan fácilmente como vinieron, y eso a la primera intimidación; otros, al contrario, son tenazes, se obstinan junto a un individuo, y no ceden sino con la opresión y la persistencia; se apoderan de él, subyugándole lo fascinan al punto de hacerlo tomar los más groseros absurdos por cosas admirables, felices cuando personas de sangre fría consiguen abrirles los ojos, lo que no es siempre fácil, porque esos Espíritus tienen el arte de inspirar la desconfianza y el distanciamiento para quién pueda desenmascararlos; de donde se sigue que se debe tener por sospechoso de inferioridad o mala intención todo Espíritu que prescriba el aislamiento, el distanciamento de quién pueda dar buenos consejos. El amor propio viene en su ayuda, porque le cuesta, frecuentemente, confesar que fue víctima de mistificación, y reconocer a un vellaco en aquel bajo cuyo patrocinio se glorificaba por colocarse. Esa acción del Espíritu es independiente de la facultad de escribir; en la falta de la escritura, el Espíritu malévolo tiene incontables medios de actuar y de engañar; la escritura es para él un medio de persuasión, y no una causa; para el médium, es un medio de esclarecerse.

Pasando todas las comunicaciones espíritas por el control de las consideraciones precedentes, se les reconocerá fácilmente el origen, y se podrá frustrar la malicia de los Espíritus engañadores que no se dirigen sino a aquellos que se dejan benevolentemente engañar; si ven que se arrodilla delante de sus palabras, de eso aprovechan, como harían simples mortales; está, pues, en nosotros probarles que pierden su tiempo. Añadimos que, para eso, la plegaria es un poderoso recurso, por ella se llama a sí la asistencia de Dios y de los buenos Espíritus, se aumenta la propia fuerza; pero se conoce el precepto:  ayúdate y el Cielo te ayudará.

Dios mucho quiere asistirnos, pero con la condición de que hagamos, de nuestra parte, lo que es necesario”.

 

 

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Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita