Espiritismo para
los niños

por Célia Xavier de Camargo

 
La fuerza de la comprensión


Un juguete de Jonás había desaparecido. Enojado, sospechando que su hermano Lucas, de apenas tres años de edad, era el culpable, gritó:

- Lucas, devuélveme mi carrito rojo nuevo.

- No sé dónde está. Yo no cogí tu carrito – respondió el pequeño.

- Sí lo cogiste. ¡Dime dónde lo escondiste, Lucas!

Pero el pequeño niño repetía, golpeando el pie contra el piso y llorando:

- No lo cogí, no lo cogí, no lo cogí.

Al ver la confusión armada y Lucas en llanto, la mamá puso al pequeño en su regazo y le dijo al hermano mayor:

- Jonás, hijo mío, ya tienes once años y no puedes estar peleando con tu hermanito. Si Lucas dice que no lo cogió, créele. Búscalo bien y acabarás encontrando tu juguete.

Bufando de rabia, Jonás salió de la sala y comenzó a buscar el carrito. Buscó en su dormitorio, en el patio, en la entrada, en la sala y hasta en el baño. Pero no encontró su juguete favorito.

Sin saber dónde más buscar, Jonás entró en la oficina y, mirando el estante de libros de su padre, pensó: ¡Solo puede estar ahí!

Sacó todos los libros del estante.

Cuando el papá llegó, al atardecer, se llevó un susto. Encontró a Jonás perdido en medio de los libros, desanimado.

- ¿Qué pasó, hijo mío? – preguntó, espantado.

- Estaba buscando mi carrito, papá.

- ¿Entre mis libros? ¿Y lo hallaste?

-      No, papá.

- Bien. Entonces, ahora pon los libros en su lugar.

- ¡Pero, papá¡Estoy cansado! – reclamó el niño, haciendo una mueca.

Con mucha paciencia, el papá consideró:

- Jonás, fuiste tú quien hizo este desorden. ¡Entonces, eres tú quien debe arreglar todo, poniendo los libros en su lugar! Puedes comenzar ya, de lo contrario no terminarás hasta la hora de dormir.

Ellos no vieron que el pequeño Lucas había entrado, se había escondido detrás de la mesa, y escuchaba la conversación.

En cuanto el papá salió de la sala, Lucas se ofreció a su manera:

- ¿Quieres ayuda, Jonás?

Con una gran pila de libros en los brazos, que apenas podía cargar, el hermano respondió malhumorado:

- ¡¿?! ¡Sal de aqui, mocosoTú no tienes fuerza para levantar libros tan pesados. ¡Ahora déjame trabajar!

En poco tiempo, Jonás estaba exhausto. Decidió parar un poco para descansar y tomar un lonche, pero estaba tan cansado que se sentó en el sofá de la sala, delante del televisor, y terminó quedándose dormido.

¡Al despertar, se llevó un susto!

“¡Dios mío! ¡Me dormí y no terminé de arreglar los libros de papá!”

Corrió a la oficina y se llevó una gran sorpresa.

¡Parecía un milagro! ¡A pesar de estar un poco desaliñados, todos los libros estaban en su lugar!

- ¿Quién habrá hecho esto? – preguntó en voz baja, sin poder creerlo.

Una voz alegre y cristalina respondió:

- ¡Fui yo!

Era Lucas, satisfecho con su servicio, cargando el último libro.

- ¿Cómo lograste hacer esto, Lucas? ¡Son muy pesados! ¿Cómo pudiste cargar una pila de libros?

- Bueno, no cargué una pila de libros. ¡Los llevé uno por uno!

Jonás miró a su hermano, admirado del trabajo que él había realizado. Comprendió que había menospreciado la ayuda del pequeño Lucas creyéndolo incapaz. Sin embargo, el hermanito le había probado que podía realizar esa tarea. Ciertamente, no podía cargar un mucho peso, pero había usado la cabecita y transportado los libros de a pocos.

Jonás se acercó a su hermano y lo abrazó con cariño.

- Lucas, hoy me mostraste que siempre podemos realizar lo que deseamos. Basta que tengamos buena voluntad y creatividad. Gracias, hermanito.

Los padres, que pasaban en ese momento y se detuvieron para observar la escena, también quedaron satisfechos al ver a los hermanos abrazados y en paz.

Sonriente, la mamá dijo:

- Para que la lección esté completa todavía falta una cosa, Jonás. ¿Te acuerdas de tu carrito rojo? Pues yo lo encontré, hijo mío. Estaba en medio de tu ropa, en el armario.

Colorado de la vergüenza, Jonás volteó hacia su hermano y le dijo:

- Lucas, no sé cómo disculparme por la manera cómo actué. Hoy te juzgué mal dos veces y me equivoqué. Además, tú me demostraste que eres pequeño de tamaño, pero que tienes un gran corazón. A pesar de haber sido maltratado por mí, soportando mi malhumor, mi irritación, te olvidaste de todo y, cuando viste que yo estaba en apuros, me ayudaste con alegría, realizando una tarea que era mía. ¿Me puedes perdonar?

El pequeño abrazó a Jonás con una gran sonrisa:

- ¡Claro! ¿Me llevas a pasear mañana?

Todos rieron, satisfechos por formar parte de una familia que tenía problemas como cualquier otra, pero que por encima de todo era feliz, porque existía comprensión, generosidad y amor entre todos.


TIA CÉLIA

 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com

 

 

 

     
     

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