Editorial 

 
La infelicidad bajo un nuevo prisma


Una de las cuñadas de Chico Xavier dio a luz un hijo que presentaba lo que nosotros consideramos anormalidades: brazos y piernas atrofiados, ojos cubiertos por una espesa niebla que lo mantenía en la más completa oscuridad y un rostro tan deforme, que inspiraba miedo a quien lo veía. Tal era la apariencia del niño que su madre al verlo se quedó en estado de choque y acabó ingresada en un hospital de enfermos mentales. Chico asumió la responsabilidad de crear el sobrino.

Ocurre que cuidar del niño no era fácil. Él tenía de medicarlo, bañarlo y aplicarle un enema diariamente. El sobrino no conseguía deglutir y, por eso, Chico tenía que formar una pequeña pelota con la comida, ponerla en su garganta y empujar con el dedo.

La ardua tarea prosiguió por doce años aproximadamente.

Cuando el sobrino empeoraba, Chico oraba mucho para que él no desencarnase, pues lo amaba como a un hijo. Cierta vez Emmanuel explicó: “Él sólo va a desencarnar cuando el pulmón empezar a desarrollar y no encontrar espacio. Entonces, cualquier constipado puede transformarse en una pulmonía y él partirá”.

Próximo de los doce años, el niño fue acometido por una fuerte gripe y empezó a mustiarse. Momentos antes del desenlace, sus ojos se abrieron y él pudo ver. El niño entonces miró para  Chico y buscó traducir en aquella mirada toda su gratitud por el bien que él le hiciera. Emmanuel, que observaba la escena, declaró: “¡A Dios gracias! Es la primera vez, después de  ciento cincuenta años, que sus ojos se vuelven a la luz. Sus deudas del pasado fueron liquidadas. Bendito sea Jesús”.

El relato arriba consta de uno de los libros que Adelino da Silveira escribió sobre la vida y la obra del inolvidable médium. Se titula “Chico, de Francisco”.

Sufrimientos, desgracias, probaciones como la descrita son muy comunes en nuestro planeta. El noticiario de la gran prensa está lleno de relatos de igual naturaleza. 

Nos surge entonces la pregunta: - ¿Por qué ocurren hechos así en el mundo donde vivimos?

Si excluyéramos de la narrativa la reencarnación y sus desdoblamientos, sería muy difícil emitir alguna explicación. Y – verdad sea dicha – mismo admitiendo la ley de las vidas sucesivas, no es fácil comprende determinadas situaciones que imponen al hombre sufrimientos inenarrables.

Tratando directamente del asunto, Delfina de Girardin (Espíritu) nos llama la atención para un aspecto poco recordado en los comentarios que hacemos cuando ocurren tragedias y desgracias.

Dice ella:

“Para que juzguemos cualquier cosa, necesitamos verle las consecuencias. Así, para que apreciemos bien lo que, en realidad, es feliz o infeliz para el hombre, necesitamos transportarnos para mucho más allá de esta vida, porque es allá que las consecuencias se hacen sentir. Luego, todo lo que se llama infelicidad, según las minúsculas vistas humanas, cesa con la vida corporal y encuentra su compensación en la vida futura. (…)

A Dios no se engaña; no se huye del destino; y las probaciones, acreedoras más impiedosas del que la jauría que la miseria desencadena, os acechan el reposo ilusorio para que inmerjáis de súbito en la agonía de la verdadera infelicidad, de aquella que sorprende el alma suavizada por la indiferencia y por el egoísmo.” (El Evangelio según el Espiritismo, capítulo V, ítem 24.) [La negrita es nuestra.]


Efectivamente, se examinamos el caso del sobrino de Chico Xavier, concluiremos que los sufrimientos y las limitaciones que padeció por 12 años concurrieron para que él pagase sus deudas para con la Ley, que él propio contrajo en el pasado y lo llevaron a una ceguera que perduró por 150 años – 138 en la erraticidad y 12 años en su corta existencia corpórea.

Haciendo, entonces, un balance objetivo a la luz del Espiritismo, jamás podríamos llamar de infelicidad lo que él padeció, primero porque la situación por él enfrentada nada más era que la consecuencia de sus propios actos; segundo, porque sus problemas de orden físico cesaron con la muerte de su cuerpo; tercero, porque se quedó exento con la Ley que rige nuestras vidas y, así armonizado, podía retomar libremente su caminata rumbo a la perfección para la cual todos nosotros fuimos creados.

 

Traducción:
Elza Ferreira Navarro
mr.navarro@uol.com.br

 

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita