Espiritismo para
los niños

por Célia Xavier de Camargo

 
¡Dios nos ayudará!


La familia de Dorita salió del campo donde vivían porque ya no había condiciones para quedarse allí. El lugar estaba lejos de la ciudad, y toda su comida venía de la tierra. Así, comían el frijol, el maíz, la yuca, las arvejas, los tomates, las zanahorias y las verduras que su padre plantaba en la huerta.

Pero había venido una gran sequía y todas las plantaciones habían muerto.

Hasta los árboles frutales no resistieron porque el arroyo que llegaba hasta la propiedad y la fuente, que les suministra el agua para beber, también se habían secado. Entonces no tenían ni agua.

Sin tener qué comer y sin agua para beber, después de mucho pensarlo, el padre de Dorita decidió abandonar el campo e ir a la ciudad.

- ¡Dios nos ayudará! - decía Dorita.

Hicieron el camino en carreta, caminando por muchas leguas bajo el sol fuerte, sin agua y con mucha hambre.

Dorita no se quejaba para no preocupar a sus padres. Pero dejar el campo, donde había nacido y donde fue tan feliz, para ir a vivir en la ciudad donde no conocía a nadie y donde no tenían dónde quedarse, la dejaba con ganas de llorar.

Con el corazón encogido de tristeza, íntimamente suplicaba a lo Alto que no los abandonara.

Era tarde cuando llegaron a la ciudad. Juan se detuvo para descansar un poco. Pronto apareció un joven y, al ver a Juan, le preguntó:

- Por las cosas que trae en la carroza, veo que se están mudando. ¿Conocen nuestra ciudad?

Juan, agradecido por la atención, respondió:

- Joven, acabamos de llegar. ¿Puede decirme dónde puedo encontrar una casa para quedarme con mi familia?

Apenado, el muchacho consideró:

- Encontrar una casa así, de un momento a otro, es difícil. Sin embargo, usted puede ir al albergue nocturno. Allá reciben a las personas que no tienen dónde dormir.

El joven le indicó a Juan cómo llegar allá y, media hora después, Dorita y sus padres estaban frente al Albergue Nocturno.

Fueron atendidos rápidamente.

Después de responder a algunas preguntas, fueron a cenar. La alegría era tanta que no cabían en sí de contentos. Hacía algún tiempo que no tenían una verdadera comida.

- ¿No les dije que Dios nos iba a ayudar?

Antes de dormir, Dorita agradeció a Jesús por la ayuda que estaban recibiendo. Al día siguiente, después de tomar desayuno, fue a dar un paseo. Pronto encontró a un grupo de niños que caminaban en una misma dirección haciendo una gran algarabía.

Casi sin darse cuenta, los acompañó. Al acercarse a una gran construcción, vio que los niños se detuvieron. Luego los niños comenzaron a entrar y Dorita fue empujada hacia dentro del salón. Una de las niñas la miró y sonrió. Dorita se atrevió a preguntarle:

- ¿Qué está pasando?

La chica respondió, satisfecha:

- ¿No lo sabes? ¡Habrá distribución de juguetes y dulces!

Dorita estaba sorprendida. Más que eso: ¡encantada!

- ¿Pero por qué?

- ¡Hoy es el Día del Niño! - respondió la niña, con una enorme sonrisa dibujada en la cara.

Dorita abrió los ojos. ¿Día del Niño? ¡Ni siquiera sabía que eso existía! En el campo, nunca había oído hablar de eso.

Era una hermosa fiesta con música, teatro y juegos. Después, dos señoritas repartieron pastel, una bolsa con caramelos y dulces, y un paquete de regalo:

- ¡Gracias! – dijo Dorita

- Agradece a Jesús.

Dorita, ansiosa, abrió el paquete y vio que era una muñequita. ¡La primera muñeca que Dorita recibía de regalo en su vida! Siempre quiso tener una, pero su padre no podía comprarla. Entonces, con el corazón lleno de alegría, Dorita agradeció a Jesús por las cosas buenas que le había mandado.

Volvió al albergue y contó a los padres lo que había sucedido.

Su padre también contó que había encontrado un trabajo en una chacra y tendrían una casa para vivir. Se abrazaron felices y Dorita dijo:

- Tenía la certeza de que Dios nos iba a socorrer. He orado y sabía que el Padre no nos dejaría desamparados.

La madre de Dorita lloraba de emoción. Juan consideró:

- Es verdad, hija mía. Dios es nuestro padre y siempre nos ayuda en los momentos más difíciles. Dice la sabiduría popular que, cuando Él cierra una puerta, abre una ventana.

 

TIA CÉLIA

 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com

 

 

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita