Espiritismo para
los niños

por Célia Xavier de Camargo

El Espantapájaros


En una huerta, cercado de montones de verduras, vivía un Espantapájaros.

Pierna de palo, relleno de paja que se escapaban por aquí y por allí, brazos abiertos, allí se quedaba él con lluvia o sol, frío o calor.

Vistiendo una vieja chaqueta gastada y toda remendada, sombrero de paja en la cabeza, asustaba a quien se le acercara.

Los niños, con miedo, le tiraban piedras; los pequeños animales huían despavoridos cuando él se balanceaba al viento; y los pajaritos no osaban llegar cerca, temerosos también de su presencia.

Y el pobre Espantapájaros se sentía muy infeliz así, aislado de todos, considerándose rechazado e inútil.

Con sus enormes ojos de botón, veía al hombre con una azada en la mano cavando la tierra, tirando las semillas al suelo, colocando estacas en los pies de tomates y de arvejas, arrancando las malas hierbas, muy cansado y cubierto de sudor. Tenía un deseo inmenso de ayudar, pero no podía salir de su lugar, siempre en la misma posición.

El tiempo pasó

Las semillas florecieron, los tomates y arvejas maduraron; las zanahorias, las coles y las lechugas ya estaban en su momento de ser cosechadas.

Un día, llegó el dueño de la huerta trayendo a su hijo de la mano y un bulto debajo del brazo. El hombre habló con mucho cariño, mostrando la huerta al niño:

- Mira, hijo mío, ¡que bella está nuestra plantación! Las hortalizas y las legumbres crecieron fuertes y sanas y, ahora, listas para ser cosechadas y servir de alimento a mucha gente. Pero todo eso se lo debo a alguien sin cuya inestimable ayuda no lo habría conseguido. Alguien que siempre estuvo firme en su puesto, que nunca abandonó la tarea que le fue confiada. Alguien que, antes de la aurora, ya estaba trabajando y que, cuando el sol se ocultaba en el horizonte, todavía estaba firme en su lugar.  

Y, para sorpresa del muñeco, que acompañaba la conversación muy interesado, él concluyó, señalándolo:

- ¡Mi amigo, el Espantapájaros!

Y ese pobre muñeco, cuyo corazón estaba hecho de paja, se quedó emocionado y hasta sintió lágrimas que humedecían sus ojos de botón.

Acercándose con una sonrisa cariñosa y agradecida, el hombre dijo:

- Tú, mi querido Espantapájaros, por toda la ayuda que me prestaste sin exigir nada a cambio, manteniendo lejos los animales y pájaros que destruyeran las plantitas, ¡vas a recibir un regalo!

Y, desenvolviendo el paquete que había traído, mostró orgulloso:

- ¡Vas a recibir ropa nueva!

Y quien pasara por ese lugar, de ahí en adelante, vería un lindo Espantapájaros con un bello traje de chaqueta a cuadros, un sombrero nuevo en la cabeza, cuidando la huerta, muy orgulloso de su tarea. Y, cosa curiosa, si observaras bien, verías que una ligera sonrisa de satisfacción alegraba el rostro de paja del Espantapájaros. Porque ahora él sabía que, así como todas las personas, también era útil. Tenía una tarea que realizar y, por pequeña que ésta fuera, era muy importante. ¡Y también porque, ahora, se sentía AMADO! 

  

TIA CÉLIA

 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com

 

 

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita