Espiritismo para
los niños

por Célia Xavier de Camargo

El caballito insatisfecho


A pesar de vivir en una linda caballeriza llena de comodidades, el caballito estaba siempre insatisfecho.

Tenía un gran campo verde para cabalgar y jugar con sus amigos, donde no le faltaba hierba tierna y suave para su alimentación y agua pura y limpia para beber en un arroyo cercano.

Y cuando la noche llegaba, regresaba a la caballeriza, donde un montón de paja nueva y seca le servía de lecho, mientras que por la ventana abierta podía ver las estrellas brillando en el cielo, allá lejos.

Juan, un servidor amigo, lo bañaba regularmente, cepillando su pelo con cuidado y dejándolo brillante y sedoso. Sin embargo, no estaba contento y pasaba el tiempo quejándose de la vida.

Se quejaba de tener que levantarse temprano, de la hierba que no estaba tan verde y blanda, del agua que alguien había enturbiado, del colchón de paja dura. Cuando el empleado venía a bañarlo, se quejaba de que el agua estaba muy fría, y que el cepillo, muy duro, lo lastimaba.

Un día, cuando Juan llegó sonriente a atenderlo, lo encontró con un humor peor que de otros días. Sin querer, el empleado se descuidó y el balde de agua cayó sobre la pata del caballo. Inmediatamente, el animal reaccionó, irritado, dándole una coz al pobre servidor y diciendo de mala manera:

- ¡Inútil!

Cayendo de mala forma, el muchacho no pudo levantarse, y gritó pidiendo ayuda.

Cuando fueron a ayudarlo, viéndolo en el piso, preguntaron:

- ¿Qué pasó, Juan?

Gustándole realmente el caballito y no deseando que fuera castigado, respondió:

- No fue nada. Me caí y me lastimé la pierna.

Llevado a un hospital, constataron que Juan se había fracturado un hueso de una pierna y habría que enyesarla. Durante un mes tendría que hacer reposo y no podría trabajar.

Al día siguiente, otro empleado quedó a cargo del cuidado de los animales, sustituyendo a Juan en sus funciones.

Siendo muy perezoso, el nuevo empleado no se preocupaba por nada.

Se olvidó de soltar a los animales para que pasearan por el campo, no cambiaba el agua de los bebederos, no sacaba la paja vieja reemplazándola por nueva y no le gustaba bañarlos, dejándolos sucios y malolientes.

Como el caballito se quejaba del tratamiento que le estaba dando, pues vivía lleno de moscas, también recibió algunos latigazos en el lomo, que lo dejaron herido. Asustado, viendo que nunca había sido lastimado, el caballito se quedó con miedo y nunca más se quejó de nada.

Recordaba, sin embargo, con profunda nostalgia al servidor amigo que los trataba siempre con bondad y nunca dejaba que nada les faltase. En la noche, solo, mirando a las estrellas, lloraba de tristeza en su lecho sucio y maloliente.

Cuando Juan regresó, después de treinta días, fue recibido con un relincho feliz. El caballito recostó la cabeza em su pecho, satisfecho por el regreso del amigo.

El empleado se extrañó de la actitud cariñosa del animal, antes tan malhumorado, y se compadeció de su aspecto, pues hacía perdido el aire altivo, manteniendo la cabeza gacha; estaba sucio y su pelo herido sangraba, mordido por los insectos que se posaban en su cuerpo, atraídos por la suciedad.

Lleno de compasión, abrazó al caballito, que suspiró feliz. Enseguida lo lavó, cuidó de las heridas y cepilló el pelo, que volvió a tener, en parte, el aspecto brillante y sedoso. Cuando acabó, miró alanimal, exclamando:

- Listo. ¡Ahora ya estás con mejor aspecto!

El caballito, que había tenido mucho tiempo para pensar durante esos treinta días, le habló conmovido, demostrando humildad:

- Te agradezco tu cuidado y atención. Fue necesario que yo sufriera para saber valorar tu amistad. Ahora comprendo que fui rudo y malcriado contigo, y que fuiste bueno conmigo. Perdóname la coz que te di. Eso no pasará nunca más.

Hizo una pausa y, mirando su amigo con los ojos húmedos de emoción, concluyó:

- Aprendí que es necesario saber agradecer todo lo que tenemos. Dios me dio una buena vida donde nada me faltaba, pero yo vivía insatisfecho con todo. Fue necesario que las cosas empeorasen para que yo pudiera darme cuenta que era feliz. Entendí, también, que es necesario saber respetar a los otros si deseamos ser respetados.

 

Tia Célia





Traducción:

Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com

 

 

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita