Espiritismo para
los niños

por Célia Xavier de Camargo

 

El sueño de Laurito


Laurito tenía solo ocho años, pero era muy vivaz e inteligente.

Un día, en la escuela, escuchó a la profesora hablar sobre la existencia del “alma” explicando que ella era inmortal y, por eso, ya existía antes de esta vida y continuaría existiendo después de la muerte del cuerpo. Para finalizar, la profesora, que era espírita, completó:

- El sueño es un estado muy parecido al de la muerte, porque el espíritu se desprende del cuerpo y va a donde quiera. La diferencia es que, del sueño despertamos todas las mañanas; y, cuando ocurre la muerte del cuerpo material, el espíritu no vuelve más a habitar ese cuerpo de carne.

Laurito escuchó con mucha atención y se quedó preocupado por las palabras de la profesora. En verdad, no entendía muy bien como eso podía pasar. Además, no sabía si creía en el “espíritu”.

- ¿Será cierto que tenemos un alma o espíritu? – preguntó.

- Nosotros no tenemos un alma o espíritu, Laurito. “Nosotros somos” el espíritu – respondió la profesora.

Laurito estaba sorprendido. ¡Él nunca había escuchado a nadie hablar de ese tema! Así, volvió a pensativo y lleno de dudas a casa, y el resto del día no pudo pensar en otra cosa.

Esa noche, hizo una pequeña oración a Jesús, que su mamá le había enseñado, y se acostó. No demoró mucho en quedarse dormido.

Algún tiempo después, Laurito se despertó. Tuvo sed y se levantó para beber agua.

Se sentía más liviano, bien dispuesto. Al mirar hacia su cama, se llevó un susto. Vio a otro Laurito durmiendo.

¡¿Cómo podía estar en dos lugares al mismo tiempo?!...

Recordó entonces lo que la profesora había enseñado.

- ¡Qué genial! ¡Entonces, este es mi cuerpo espiritual y estoy fuera del cuerpo de carne!

Hallando graciosa la situación, salió del cuarto y caminó por la casa. Sus padres todavía estaban despiertos y Laurito vio a su mamá tejiendo y a su papá leyendo un libro en su silla mecedora favorita.

Fue hasta la cocina a beber agua, pero no pudo coger el vaso, pues su mano lo atravesaba sin logar tocarlo.

Vio a su gatito Xuxu que estaba ronroneando en una esquina de la cocina y decidió jugar con él.

- ¡Xuxu! ¡Xuxu! – llamó.

El gatito se levantó, soñoliento. Laurito se acercó y pasó las manos por el animalito que, erizando los pelos, maulló y corrió a esconderse en el trastero en medio de un montón de ropa, como si tuviera miedo.

Laurito decidió dejar Xuxu em paz y volver a su cuarto. Al pasar por la sala, vio a su abuelo Carlos al lado de su mamá. El abuelo, sonriente, dijo:

- Cuida bien a tu mamá por mí, Laurito. Dile a ella que estoy muy bien.

El niño, ya con sueño, volvió a su cuarto y se acostó.

Al día siguiente, Laurito despertó temprano para ir al colegio. Se cambió de ropa y fue a la cocina donde su mamá acababa de preparar el desayuno. La señora comento, mientras echaba el café en la taza:

- ¡Qué extraño! No sé dónde está el gatito. Siempre que nos sentamos a la mesa a la hora de comer, Xuxu se acerca para que le den algo. Estoy despierta hace horas y todavía no ha aparecido.

En ese momento, Laurito se acordó del sueño que había tenido y afirmó:

- Yo sé dónde está.

Se levantó, fue al trastero, abrió la puerta y Xuxu salió desperezándose.

- ¿Cómo sabías que estaba ahí? – preguntó el papá, curioso.

Laurito contó el sueño que tuvo esa noche, dejando a sus padres sorprendidos. Después continuó:

- Y tengo más. El abuelo Carlos, que estaba en la sala a tu lado, mamá, me pidió que te cuidara y que te dijera que él está muy bien.

Emocionada, la señora, cuyo padre había muerto hacía algunos meses, exclamó:

- ¡Pero, tu abuelo Carlos ya murió, hijo mío!

- Pues yo lo vi bien vivo, mamá. Y ni me acordé de que él ya estaba muerto.

Los papás de Laurito no pudieron contener su satisfacción y se abrazaron, al darse cuenta de que algo grandioso había ocurrido esa noche. Ellos, que no creían en nada, sentían ahora una nueva esperanza en sus corazones, gracias al sueño de su hijo Laurito.

Y el niño, con los ojos bien abiertos, dijo:                         

- ¿Ven que mi profesora tenía razón? ¡La muerte no existe!...

 


Tia Célia

 

 
 
Traducción:

Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com

 

 

     
     

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