Especial

por Marcus Vinicius de Azevedo Braga e Wellington Balbo

La fe ciega puede volverse cuchillo afilado

El profeta, médico y pintor Mani – fundador del Maniqueísmo – nacido en  Mesopotamia, vivió el siglo III y su religión tuvo miles de adeptos, perdurando por más de 1.000 años.

En aquella distante época, Mani gozó de gran prestígio, atrayendo inclusive la simpatia de reyes, como Sapor y Hormidas.

Mani intentó reunir las más conocidas religiones: Cristianismo, Islamismo, Budismo, Zoroastrismo, todas en torno al pensamiento de que hay un dualismo rigiendo a las criaturas. De un lado el Bien, de otro lado el Mal.

Dos fuerzas antagónicas que se esgrimen para controlar el universo: Dios y Demonio, Bien y Mal, Cierto y Errado... Un antecesor de la dialéctica hegeliana y su búsqueda por una síntesis de opuestos.

De ideas ambiciosas, predicaba la igualdad de las castas y la extinción de los privilégios de las clases dominantes.

Obviamente que, al contrariar intereses de los poderosos, atrajo intensos enemigos. No es difícil de imaginar lo que ocurrió con el profeta, en tiempos más directivos, digamos así. Mani fue hecho prisionero y entregado a la muerte por el mago Kirdir y por el rey Vahram, y, como Sócrates y Jan Huss, tuvo el destino de los que tenían discursos anti-hegemónicos.

Pero, si Mani estuviera entre nosotros, encarnado, vería que su visión de mundo, pasados tantos siglos, ganó adeptos fervorosos, un carácter hegemónico de organizarnos por la dualidad incomunicable. Y los días de hoy, aunque el maniqueísmo haya sido extinguido como religión, traemos impregnados nuestra manera de pensar esa cultura dualista, de polarización, de héroes y villanos.

El gobierno es malo. El Pueblo es bueno.

El gobierno dice que es bueno y afirma que malos son los miembros de la oposición.

La oposición, a su vez, señala lo contrario.

El empleado se juzga ajusticiado y afirma que el jefe está errado, por su parte, el jefe dice lo inverso.

Son palabras localizadas en determinado espacio-tiempo, que llevan a grupos a esas visiones, que por obvio tienen un grado de fragmentación, pero surgen como verdades para esos, alimentando una fe ciega en sus presuposición, inamovibles de sus puntos de vistas, olvidados de que en el mundo todo cambia, com un soplo, sin pedir permiso. Jesús incluso indagaba qué sería la verdad.

Por cuestiones diversas, y algunas aún ignoradas, actualmente vivimos en un mundo, y también en un país, dominados por los extremos. Usted es de derecha o izquierda, le gusta el azul o rojo, aprecia montaña o playa etc. Nosotros nos polarizamos, como un reflejo de rotulaciones y categorizaciones, como un efecto también de una profusión de informaciones y opiniones que, en la búsqueda de patronizar lo que es bueno o malo, exaltan reacciones, a veces bien violentas. Decantan cuchillos afilados.

Una sociedade um tanto como maquínea, que perdió (tal vez nunca tuvo) el gusto por la reflexión de que hay vida más allá de los “muros” de sus concepciones.

Podemos apreciar un poco del negro sin dejar de gustar el blanco, y en esta mezcla obtenemos el ceniza, o sea, el camino del “medio”, que puede ser representado por la ponderación para que se alcance el buen sentido.

Podemos, de igual forma, gustar del azul, pero respetar el derecho de a mi amigo gustarle el verde, entendendo que cada uno tiene su visión.

Y cuando se abandona la ponderación, se abre espacio para los desentendimentos por cuestiones que podrían ser resueltas de manera inteligente y respetuosa. En realidad, los desentendimentos tienen enormes proporciones porque los extremistas no son diferentes, sino semejantes, bien parecidos en la forma de pensar y obrar. Ladeando la truculencia.

Obviamente que estamos hablando de ideas, en torno a principios, pero es muy simple vaticinar la empatia y la comprensión en temas amenos, siendo, sin embargo, difícil cuando esos afectan directamente intereses y valores de las personas, como en las recientes discusiones en torno al género, sexualidad, crímenes, laicidad.

Son trade-offs, son dilemas, en los cuales tenemos argumentos válidos y concepciones consistentes en ambas polarizaciones, cada uno según su visión de mundo, y siguen temas como ese causando polarizaciones, y vemos poca esperanza de que sobre ellos se haga un consenso.

Pero la cuestión no son los temas, las verdades, y sí lo que estamos haciendo con ellas en nuestras esferas de existencia. Los grandes obstáculos ocurren no con los diferentes, sino, sí, con los semejantes, que actúan de forma similar, o sea, maniqueísta. ¿Por qué ocurren peleas? Porque esas verdades son el motor de la pelea, cuando se quiere pelear y no buscar mediaciones.

La historia de la sociedad también es una trayectoria de intentar puntos de equilibrio, de esferas de conciliación y de armonización de cuestiones controvertidas, por medio de debates, aposentos, consejos, revistas, programas de auditorios, todos instrumentos que buscan dar vaza a esa pluralidad de ideas, a los argumentos, para que maduremos y como grupo vengamos a escoger nuestros caminos. Esa es, inclusive, una de las bases de la democracia, de la construcción de espacios de diálogo y de consensos, para que los límites se construyan.

Pero cuando ese tejido de equilibrio se debilita, surgen iniciativas  apasionadas para defender el punto de vista y, en ese sentido, Kardec habla de hacerse concesiones. En realidad, él utiliza el término "mutuas concesiones", para que haya la reconciliación, a fin de que la paz reine. El problema es que la búsqueda de verdades ha suplantado el deseo de armonía.

Ese largo y filosófico preámbulo (o un poco más que eso) viene para reflejar sobre la realidad que, imersos en este mundo polarizado, nosotros, como movimiento espírita, nos vemos invadidos por esa postura, sea por cuenta de cuestiones de la política partidaria que se reflejan en nuestros temas, sea por polémicas que ya nos son conocidas, algunas con nuevo ropaje, y que rellenan nuestras páginas en las redes sociales.

Y ese movimiento de disensiones se hace, a veces, agresivo, ciego y afilado, negando diálogos y cortando relaciones, haciendo que se pierda el sentido racional, reflexivo del Espiritismo, y, en cambio, se valora una idea de convencimiento, de censura, de proscripción, extraño a nuestro ethos, y que ya llevó a mucha gente a la hoguera en otras épocas.

Si Kardec estuviera entre nosotros, encarnado, ¿cómo reaccionaría él delante de ese enjambre de obras espíritas en las librerías, algunas cuestionables en sus proposiciones? ¿Y cómo Jesús se portaría delante de la defensa por espíritas de linchamientos de criminales en las calles de las ciudades grandes? Será que irían estos nuestros dos ejemplos para las redes sociales con textos para fomentar largos y cansados debates polarizados? Bien, en la época de ellos, ya existían esas polémicas, algunas aún actuales, y no nos parece que ellos reaccionaron así. Vean en El Libro de los Espíritus como Kardec trata de temas como el Aborto y la Pena de Muerte y verificad si ese abordaje se refleja en ese modelo de discusión que vivimos actualmente. 

La revolución de las informaciones, de la tecnología, aproximó ideas, paradigmas, la globalización juntó pueblos y culturas, y eso nos agrede de alguna forma, por nuestra propia pluralidad, y por el carácter inconciliable de determinadas visiones, y aún por traumas y dolores que traemos en el interior de nuestra alma, pero no se alimenta en ese breve texto la ilusión de que conseguiremos la armonización de todas las tensiones humanas, pero sí que sepamos lidiar con ellas, pautados en principios del diálogo y del respeto, oyendo, siendo oído y posicionándose como cada uno juzga mejor, respetando los ejemplares para las cuales converge cada una de ellas, como punto de ecuacionamiento de casos concretos.

Libros dudosos, estudiemos más. Posiciones polémicas sobre temas políticos,  guardemos nuestro posicionamiento íntimo a la luz de la vida inmortal. Apelo a las soluciones radicales, recordemos que la vida es eterna. Sólo así nos resguardaremos de los peligros y de las manipulaciones venidas de posturas extremas, y más, del desperdicio de energía que podría ser utilizado en la construcción por el estudio y en el perfeccionamiento por el amor al semejante. De hecho, muchas de esas tensiones acaban por minar valerosos trabajos espíritas.

Si Dios nos quisiera así, extremos, radicales, no nos daba seguidas encarnaciones para avanzar. Pero si también nos quisiera siempre pasivos, “maria-va-con-las-otras”, no nos daría el dolor para impulsarnos.

La vida es lucha, pero es preciso saber luchar.

 

Traducción:

Isabel Porras - isabelporras1@gmail.com

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita