Editorial 

 
Sin fraternidad, todo es difícil e inestable


Como el lector puede averiguar consultando la Revista Espírita de 1862 (traducción de Júlio Abreu Filho, publicada  por la Edicel), cuyo estudio metódico y secuencial ha sido publicado en esta revista, Allan Kardec, en respuesta a un cura que suscitó la cuestión de los milagros, dice que el Espiritismo no se apoya en ningún hecho milagroso y, en el fin de sus explicaciones, le dio a conocer una comunicación mediúmnica firmada por el Espíritu de San Agustín, en que éste escribió:

“¿Qué doctrina dará más sentimiento y ánimo al corazón?

¡El Cristianismo plantó el estandarte de la igualdad en la Tierra y el Espiritismo alza lo de la fraternidad!... He aquí el milagro más celeste y más divino que pueda ocurrir!... ¡Sacerdotes, cuyas manos por veces están manchadas por el sacrilegio, no pidáis milagros físicos, pues vuestras frentes podrán ir romperse en la piedra que pisáis para subir al altar!...

No, el Espiritismo no se prende a fenómenos físicos, no se apoya en milagros que hablan a los ojos – él da la fe al corazón. “Dígame, ¿no estará ahí el mayor milagro?” (Obra citada, págs.  del 43 al 46)  [La negrita es nuestra]

El tema fraternidad es recurrente en la obra de Kardec, como él hizo cuestión de enfatizar, en la misma época del diálogo con el cura arriba mencionado, cuando respondió a un mensaje de Año Nuevo recibido de los espíritas de Lyon, a los cuales dijo que el orden, la tranquilidad y la estabilidad de un grupo espírita requieren que en él reine un sentimiento fraternal.

El mismo orden de ideas el codificador de la doctrina espírita utilizó al analizar el lema de la Revolución Francesa: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, tres palabras que, según el entendimiento de Kardec, constituyen, por sí sólo, el programa de todo un orden social que realizaría el progreso más absoluto de la Humanidad si los principios que representan pudiesen recibir integral aplicación.

En el artículo que escribió sobre el asunto, Kardec nos acordó inicialmente que la fraternidad, en la rigurosa acepción de la palabra, resume todos los deberes de los hombres relativamente unos a los otros. Significa devoción, abnegación, tolerancia, benevolencia, indulgencia; es la caridad evangélica por excelencia y la  aplicación de la máxima: “Actuar para con los otros como nos gustaría que los otros actuasen con nosotros”.

Como es fácil comprender, la contrapartida de la fraternidad es el egoísmo. En cuanto la fraternidad dice: “Cada uno por todos  y todos por uno”, dice el egoísmo: “Cada uno por sí”.

Siendo la negación una de la otra, es tan improbable a un egoísta actuar fraternalmente para con sus semejantes, cuanto lo es para el avaro ser generoso. Luego, siendo el egoísmo la plaga dominante de la sociedad, en cuanto él reinar dominador, el reino de la verdadera fraternidad será imposible; cada uno querrá la fraternidad en su provecho, pero no la querrá para hacerla en provecho de los otros.

Considerada, pues, del punto de vista de su importancia para la realización de la felicidad social, de los tres principios que forman el lema de los revolucionarios franceses, la fraternidad está en la primera línea: es ella la base, y sin ella no pueden existir la igualdad ni la libertad seria. 

La igualdad – en la visión de Kardec – viene de la fraternidad. Y la libertad es consecuencia directa de las otras dos. Los tres principios son, pues, solidarios unos con los otros  y se sirven mutuamente de apoyo. Sin su reunión, el edificio social no estará completo.

Se ve, así, que el sentimiento fraternal es la llave de la estabilidad tanto del grupo pequeño – que son las instituciones espíritas – cuanto del grupo más grande, las ciudades, las naciones, el mundo donde vivimos.

 

Traducción:
Elza Ferreira Navarro
mr.navarro@uol.com.br 

 

 

     
     

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