Espiritismo para
los niños

por Célia Xavier de Camargo

 

En el camino de Emaús
 

Cleofás y un compañero caminaban por un camino que conducía a una aldea llamada Emaús, a once kilómetros de distancia de Jerusalén. Hacían el trayecto a pie, como era costumbre en esa época entre las personas sin recursos.

Mientras caminaban, ellos iban conversando. Se sentían amargados. Jesús había sido crucificado y ellos comentaban sobre los trágicos acontecimientos que habían ocurrido y lamentaban la muerte del Maestro que nunca más podría estar con ellos.

Así hablaban cuando se les acercó un hombre y comenzó a caminar al lado de ellos, pero ellos estaban tan angustiados que no se preocuparon en mirarlo directamente y por eso no se dieron cuenta de que era Jesús.

Entonces el hombre les dijo:

- ¿Sobre qué están conversando? ¿Y por qué están tristes?

Cleofás, tomando la palabra y hasta un poco irritado por la intromisión del desconocido, le dijo sorprendido:

- ¡Cómo! ¿Usted es tan extranjero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado en estos últimos días?

- ¿Qué? – preguntó el extraño.

Y los dos seguidores del Maestro respondieron:

- Sobre Jesús Nazareno, que fue un profeta poderoso ante Dios y todo el pueblo, y la manera en que los sacerdotes y nuestros senadores lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Ahora bien, esperábamos que él fuera el Mesías y que rescatara a Israel. Sin embargo, después de todo esto, hoy es el tercer día desde que estas cosas sucedieron. Por otro lado, algunas mujeres, seguidoras del Maestro, fueron a su tumba y no lo encontraron, y dijeron que habían visto ángeles que afirmaban que él estaba vivo.

Entonces, el hombre les dijo:

- ¡Oh insensatos y lentos de corazón, para creer en todo lo que los profetas dicen! ¿No era necesario que Cristo sufriera todas las cosas y que entrase así en su gloria?

Y, comenzando por Moisés y después por todos los profetas, él les explicaba lo que dijeron de Él las Escrituras.

Cuando estaban cerca de la aldea a donde iban, él dio muestras que de iba más lejos.

Los dos amigos, sin embargo, lo convencieron para detenerse, diciendo:

- Quédese con nosotros. Ya es tarde y el día está terminando. Es peligroso andar por estas calles de noche.

El desconocido, viendo que tenían razón, decidió quedarse con ellos.

Se sentaron para cenar. Estando con Cleofás y su compañero en la mesa, Él tomó el pan, lo bendijo y, partiéndolo, se los dio.

En ese momento, sentados delante de Él, a la luz de una antorcha, pudieron verlo mejor. Sus ojos se abrieron y lo reconocieron.

- ¡Es Jesús! - dijeron al mismo tiempo.  

Sus corazones latían sin compás, y una gran alegría los inundaba su interior. ¡No podían creer tanta felicidad!

Sin embargo, solo fue un momento. Inmediatamente después, el Maestro desapareció delante de ellos.

- ¿Cómo no lo reconocimos? – dijo uno al otro.

- Con todo, la verdad es que sentimos arder nuestro corazón cuando nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras.

Estaban eufóricos. Se levantaron en ese mismo instante y volvieron a Jerusalén.

Necesitaban contar a todos lo que les había pasado en el camino y cómo ellos habían reconocido a Jesús al partir el pan.

Un gran bienestar los dominaba. Se sentían ahora confiados y seguros como jamás lo estuvieron. ¡El Maestro estaba vivo! Él no había muerto en la cruz. Regresaron para darles la última lección de la inmortalidad del alma, confirmar todo lo que les había enseñado, mostrando a sus discípulos que la muerte no existe.


(Adaptación del cap. 24:13 a 25 del Evangelio de Lucas.)

 

 

TIA CÉLIA
 

 
 
Traducción:
Carmen Morante: carmen.morante9512@gmail.com

 

 

     
     

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