Espiritismo para
los niños

por Célia Xavier de Camargo

 

Responsabilidad y amistad

 
Juquinha volvía del colegio con la mochila en sus espaldas y una pelota en sus manos. Jugando, pateó la pelota y rompió el vidrio de la ventana de una casa por la cual estaba pasando.

Temerosa por lo que había hecho, salió corriendo y dobló la esquina rápido.

Zezé, su compañero, que venía un poco atrás, preocupado por un examen que daría al día siguiente, no se dio cuenta de lo que había pasado.

Al pasar delante de la casa, se encontró con un hombre muy molesto que, sujetándolo por el brazo, gritó:

- ¡Te atrapé, mocoso sinvergüenza!

Asustado, sin entender lo que estaba pasando, Zezé se defendió:

- ¡Yo no hice nada! No sé de qué me acusa, señor.

- ¿Cómo no sabes? ¿Acabas de romper el vidrio de la ventana de mi casa y no sabes?...

- No sé nada, señor. ¡No fui yo! ¡No fui yo!

- ¿Ah no? ¿Y esta pelota de aquí, de quién es?

Zezé había reconocido la pelota, nueva y bonita, que le pertenecía a su amigo Juquinha. Pero él no era un soplón y no entregaría a su compañero. Entonces solo respondió:

- ¡No es mía, señor, lo juro!

- Si me estás mintiendo, te vas a arrepentir. ¡Vamos! Voy a llevarte a tu casa y hablaré con tus padres.

- ¡Por favor, señor, suélteme! Mis papás están trabajando y no hay nadie en casa.

Zezé lloraba y suplicaba tanto que el hombre cedió. Soltó su brazo y le pidió su dirección, que el niño le dio. Después, volviendo al poco a la normalidad, le informó:

- Mañana iré a tu colegio a hablar con tu profesora. ¿Cuál es tu nombre?

- José Luiz Barbosa, pero todos me llaman Zezé.

- Muy bien, Zezé. Puedes irte ahora.

Zezé continuó su camino aliviado. Al día siguiente todo se resolvería, estaba seguro de eso. De seguro Juquinha no dejaría que él fuera acusado injustamente.

Por la mañana, Zezé se levantó confiado y fue al colegio.

Eran las diez de la mañana cuando el hombre apareció en la puerta de la sala de clases. La profesora Dorita lo recibió y le preguntó qué deseaba. Él entró y explicó lo que había pasado delante de toda la clase.

Juquinha se encogió en su carpeta. Ante la acusación de ese hombre, Zezé esperó que Juquinha asumiera la culpa, impidiendo que él fuera acusado injustamente.

Como Juquinha continuaba callado, Zezé bajo la cabeza triste y desilusionado. La profesora Dorita, viendo la situación creada, salió en defensa del alumno.

- Usted tiene toda la razón de reclamar y hasta desear una reparación, pero no puede venir aquí y acusar a un alumno mío sin estar seguro de que fue su culpa. Además, esta pelota no es de Zezé, puedo asegurárselo.

- Pero alguien rompió mi ventana con esta pelota y quiero saber quién fue.

Observó a toda la clase, mirando fijamente a uno por uno. Sin embargo, nadie se manifestó. Irritado, dijo:

- Muy bien. Ustedes están protegiéndose, pero yo voy a descubrir quién fue y ahí tomaré medidas. Dejaré la pelota aquí en la mesa. Que el dueño la recoja después, si tiene el valor. Con permiso.

El hombre se retiró pisando fuerte. Después que él salió, Dorita miró a su clase, triste, y consideró:

- Estoy bastante decepcionada de ustedes. No importa qué hayamos hecho, tenemos la obligación moral de asumir nuestros errores. Mentir es muy feo y no cumplir nuestra responsabilidad, dejando que alguien sea acusado en nuestro lugar, es aún peor.

Zezé, con la cabeza entre las manos, lloraba bajito. En ese momento, Juquinha se levantó, tímido y avergonzado:

- Profesora, yo fui quien rompió el vidrio. ¡Pero no fue a propósito! ¡Fue un accidente!

Después, volteándose a su amigo que lloraba, dijo:

- ¡Zezé, perdóname! No quería causarte un problema, solo tenía miedo de la reacción de mis papás si se enteraban. Pero tú sabías que yo era culpable y no me delataste, y eso me hizo sentir vergüenza de mí mismo. ¿Será que me puedes perdonar?

Zezé levantó la cabeza, se limpió las lágrimas y sonrió:

- Claro, Juquinha. Sabía que no dejarías que yo fuera acusado injustamente. ¡Después de todo somos buenos amigos!

Juquinha caminó donde Zezé y se abrazaron contentos por haber resuelto bien la situación.

Después, Juquinha, también emocionado, prometió:

- Profesora, prometo que al salir de aquí iré a la casa de ese señor, le contaré la verdad y me haré responsable de los daños que causé.

- Perfecto, Juquinha. Decidiste muy bien – coincidió Dorita.

Y Zezé, a su lado, afirmó:

- Yo te acompaño, Juquinha.

La profesora los abrazó a ambos. Después, mirando a los demás alumnos, informó:

- Este día hemos tenido una lección en vivo. Una situación difícil se resolvió de forma pacífica y todos maduraron un poco más. Juquinha aprendió que la mentira solo perjudica y pude comprobar la grandeza de Zezé que no delató a su amigo, aun sabiendo que era culpable.

Ella dejó de hablar por unos momentos, después siguió conmovida:

- Juquinha todavía va a enfrentar dificultades con el hombre a quien perjudicó, y también con sus padres, pero todo será más fácil ante su decisión de decir la verdad. Que todos podamos haber aprendido la lección.

Al terminar el colegio, Zezé acompañó a Juquinha, que explicó al hombre lo que había pasado, disculpándose y prometiendo pagar por los daños causados, usando su mesada para comprarle un vidrio nuevo.

Le contaría a sus padres lo que había pasado y estaba seguro de que el problema sería resuelto con tranquilidad. Lo más difícil fue admitir la culpa. Todo lo demás no tenía importancia.

Sereno y confiado, Juquinha regresó a casa, seguro de que, de ahí en adelante, no habría ningún problema que no pudiese resolver. Aprendió, también, que una amistad sincera, como la de Zezé, no tenía precio y debía ser valorada.

Y desde ese día en adelante, se volvieron aún más amigos.

 

TIA CÉLIA
 

 
 
Traducción:
Carmen Morante: carmen.morante9512@gmail.com

 

 

     
     

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 Revista Semanal de Divulgação Espírita