Espiritismo para
los niños
por Célia Xavier de Camargo

Año 11 – Nº 533 – 10 de Setiembre de 2017

 

La calabaza inútil


Una calabaza creció fuerte y sana en un lindo patio trasero.

Cuando era pequeñita soñaba con ser alguien de valor y se quedaba horrorizada cuando sus hermanas, las otras calabazas, eran llevadas para servir de comida en la mesa del patrón.

Se ponía pálida del susto siempre que alguien aparecía, torciéndose para no ser la elegida.

Con el paso del tiempo se volvió una linda calabaza de cáscara anaranjada, dura y reluciente. Estaba en el auge de sus condiciones físicas y se sentía orgullosa de sí misma.

Cuando alguien se acercaba buscando una bella calabaza para hacer un sofrito o un sabroso dulce, ella se encogía, asustada, escondiéndose de las manos hábiles para la poda, afirmando:

- ¡Yo no voy a servirle de alimento a nadie! ¡No me toca, no es mi turno!

Cuando un niño aparecía, en las noches frías de junio, buscando una calabaza para jugar, ella se acurrucaba entre las hojas tratando de pasar desapercibida.

Y al ver a una de sus hermanas en lo alto del muro de la cerca, sin su pulpa y con los ojos, nariz y boca iluminados por una vela para asustar a los incautos, como un juego infantil, ella balanceaba la cabeza, afirmando convencida:

- Jamás me entregaré a ese papel. ¡Qué humillación!

Las otras hermanas, resignadas y conscientes de su condición, le decían:

- Ese es nuestro destino. ¿Para qué servirá nuestra vida si no somos útiles de alguna manera? ¿Quién hará nuestra tarea?

Pero la linda calabaza, balaceando su cabellera de racimos de hojas, replicaba:

- Yo no. Deseo otra vida para mí. No me entregaré para ser devorada. Mucho menos para servir de espantapájaros para nadie.

Las otras se callaban, dándose cuenta de que no servía de nada conversar, porque ella no cambaría de idea.

El tiempo fue pasando. De esa cosecha de calabazas quedaban pocas. Cada una había sido enviada a su destino y las últimas, que ya no estaban tan buenas, fueron destinadas a servir de alimento para los cerdos.

Pero esa calabaza se escondió tan bien en medio de la vegetación, aprovechando un agujero que había en el suelo, que pasó desapercibida.

Cuando el empleado fue a hacer la limpieza del terreno para un nuevo plantío, la encontró bien escondida, sucia de tierra y toda estropeada por los gusanos.

Llamó al patrón y preguntó:

- ¡Mire lo que encontré! ¡Esta vieja, sucia y fea calabaza! ¿Qué hacemos con ella?

El patrón miró con asco y respondió lleno de desprecio:

- ¡Tírala a la basura! Tal como está no sirve ni para alimentar a los cerdos. Es una pena, pero no podrá ser aprovechada.

Y la pobre calabaza, que deseaba tanto un destino diferente, fue tirada en medio de la basura, llena de arrepentimiento y de tristeza por la oportunidad que había perdido.

Comprendió, al final, que todos tenemos una tarea que cumplir y la suya, calabaza, era servir a las personas.  

Llena de humillación, pues era muy orgullosa, en medio de los escombros del basural, lloró tanto y suplicó una nueva oportunidad que Dios la atendió.

Después de un tiempo, sus semillas cayeron en la tierra y sufrieron una transformación.

Y quien pasara cerca de aquel montículo de basura podía ver una linda plantita, fuerte y sana, que brotaba rompiendo el suelo.

Y esa plantita se transformó en un bello sembrío de calabazas que, llena de felicidad, veía sus frutos naciendo, tiernos y suaves, para una nueva vida que el Señor les había concedido.

 

TIA CÉLIA

 
 
Traducción:
Carmen Morante: carmen.morante9512@gmail.com

 

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita