Espiritismo para
los niños
por Célia Xavier de Camargo

Año 11 – Nº 529 – 13 de Agosto de 2017

 
La fuerza del ejemplo


Dora, o Dorita, como la llamaban, era una niña vivaz e inteligente, pero tenía un problema: la pereza. 

Detestaba cualquier tipo de tarea, por más simple que fuera.

¡Para levantarse temprano e ir al colegio era un problema! Afirmaba siempre que estaba cansada. Nunca hacía las tareas para la casa que la profesora pedía y no estudiaba para los exámenes. Por eso, sus notas eran pésimas.

En casa no le gustaba ayudar en nada. Si su mamá, con cariño, le pedía que ponga la mesa para la comida, ella decía que tenía dolor de cabeza y no lo hacía. Si la mamá le pedía que barriera la casa, ella respondía que tenía que estudiar y se iba a su cuarto. Cuando la mamá necesitaba que mirara al bebé, Dorita reclamaba irritada:

- ¿Todo yo? ¿Todo yo?

En fin, a Dorita no le gustaba hacer nada. En verdad, solo estaba contenta jugando, paseando, viendo televisión o durmiendo.

La mamá se preocupaba por ella, intentaba aconsejarle, pero sin resultado. En sus oraciones siempre pedía a Dios que la ayudara, pues temía por el futuro de su hija.

Un día, Dorita se dio cuenta de que la casa vecina, que había estado cerrada por muchos meses, estaba abierta. Una familia se mudó durante la noche y la niña estaba curiosa por conocer a los nuevos vecinos.

Cuando volvió del colegio, casi a la hora de almuerzo, Dorita vio a un niño sentado en una banca, en un pequeño jardín frente a la casa. Muy sonriente, se acercó para conversar con el niño, contenta por tener a alguien más para jugar.

- ¡Hola! ¿Cómo te llamas? – dijo saludándolo.

- Olavo. ¿Y tú?

- Dora. Pero todos me llaman Dorita.

El niño era muy simpático y atento, y a Dorita le agradó pronto. En un instante estaban conversando como viejos amigos.

Dorita pronto comenzó a quejarse de su vida. Se quejó del colegio, de su mamá, de los quehaceres domésticos, en fin, de todo. Y, haciéndose la víctima, decía:

- ¿Ya pensaste, Olavo? No basta con que me obliguen a levantarme temprano para ir al colegio aburrido, con clases más aburridas aún, y cuando llego a casa exhausta, ¡me obligan a ayudar a mi mamá en las tareas domésticas! ¿Quién aguanta eso? ¡Estoy cansada de esta vida!

Olavo, con los ojos abiertos y brillantes, suspiró profundamente, exclamando:

- ¡Cómo te envidio, Dorita!

- ¿Por qué? Mi vida es horrible y monótona. ¡Odio esta vida! – dijo la niña, rebelde.

Y Olavo le habló con dulzura, afirmando:

- ¡Pues yo pienso que tu vida es MA-RA-VI-LLO-SA!

- ¿De verdad? – preguntó la niña.

- De verdad, amiga. Yo nunca salgo de la casa, ni para ir al colegio...

- ¿No estudias?

- No puedo, Dorita. Estoy enfermo y muy débil. No puedo caminar como tú. Antes, yo tenía un amigo grande y fuerte que me llevaba al colegio en brazos; después, él se mudó y no tuve a nadie más que me ayudara. Mi mamá no logra cargarme. Sería bueno si yo tuviera una silla de ruedas, pero somos pobres y aún no podemos comprar una.

Dorita, que estaba boquiabierta, balbuceó:

- Entonces, ¿quieres decir que tampoco puedes jugar en la calle? ¿Saltar la cuerda, jugar a las escondidas, correr y saltar?

- No. Pero no me quejo.

- ¿Qué haces todo el día? Debe ser bien triste tu vida.

- Hasta ahora no. Ayudo a mamá con aquello que puedo: escojo el arroz y los frijoles, limpio las verduras, pelo las papas, lavo la vajilla. Los amigos me traen revistas y libros, y paso horas entretenido con la lectura. Además, mi mamá hace artesanías para vender y yo la ayudo en esa tarea. En fin, pienso que mi vida es muy buena. Conozco personas que tienen menos que yo y cuya vida es mucho más difícil.

Dorita lo miraba con admiración, sintiéndose avergonzada de sus quejas. Olavo sonrió y completó:

- Lo único que me hace falta es asistir al colegio. Me gustaría continuar estudiando. Algún día estoy seguro de que lo conseguiré. Por eso, Dorita, agradece a Dios todo lo que tienes: un cuerpo perfecto para poder caminar y jugar, inteligencia para aprender y una familia amorosa.

Dorita se despidió del amigo con el pensamiento renovado. Al llegar a casa, fue directo a la cocina y dijo atenta:

- Mamá, deja que yo ponga la mesa. Después voy a lavar la vajilla y barrer el piso. Y cuidaré al bebé también…

La mamá, no acostumbrada a esa buena voluntad, preguntó:

- ¿Qué pasó, hija mía? ¿Estás enferma? ¿Tienes fiebre?

Dorita se rio y explicó directamente:

- Estoy bien, mamá, no te preocupes. Solo tuve un encuentro muy interesante.

Y después de contarle a la mamá la conversación que tuvo con su nuevo amigo Olavo, concluyó:

- ¡A partir de hoy, mamá, voy a tratar de hacer mis tareas con optimismo y alegría!

En cuanto a Olavo, los papás de Dorita hicieron una campaña y pudieron comprar la silla de ruedas que él tanto deseaba. Además, sabiendo las dificultades de la familia, llevaron al niño a un médico para intentar descubrir, dentro de la medicina actualizada, recursos para su curación.

Y pronto era Dorita, satisfecha y tranquila, quien pasaba todas las mañanas acompañando a Olavo camino al colegio, donde juntos iban a estudiar.

  

TIA CÉLIA

 
 
Traducción:
Carmen Morante: carmen.morante9512@gmail.com

 

 

     
     

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