Espiritismo para
los niños
por Célia Xavier de Camargo

Año 11 – Nº 521 – 18 de Junio de 2017

El ave y el hipopótamo

Una avecilla que siempre se beneficiaba de un gran hipopótamo, alimentándose de los insectos que se posaban sobre su gruesa piel, se extrañó de verlo un día echado en medio del matorral, sin moverse. Se acercó más, batiendo las alitas en el aire y pensando:

- ¿Qué habrá pasado con ese hipopótamo? Debe estar muy mal, ¡pues ni los insectos se
están posando en su piel!...

Preocupada, la avecilla permaneció allí, cuidando del enorme animal que no se movía ni abría los ojos, manteniéndolos cerrados.

Entonces, la avecilla se acercó, observando al hipopótamo. ¡Ni una sola vez se movió! Llena de piedad por el que le había servido como medio de alimentación por tanto tiempo, y que ahora parecía muerto, al verle la boca abierta, tuvo una idea: decidió alimentarlo.

Como siempre se había beneficiado de él, ahora quería ayudarlo. Así,  buscó en medio del matorral restos de alimentos que pudieran servirle y comenzó a traerlos con gran dificultad por el peso que tenían, pero que ella sabía que sería bueno para el gran animal, su amigo.

Así, ella traía lo que encontraba, lo colocaba en la boca del animal que, al sentir la comida, se ponía a masticarla y, de ese modo, se iba fortaleciendo de a pocos.

Satisfecha, la avecilla volaba por la floresta en busca de más alimento para su amigo hipopótamo.

Al final del día estaba exhausta, pero contenta por haber podido ayudar a quien siempre fue su mayor fuente de insectos y, también, sabiendo que él necesitaba agua, se sumergía en un riachuelo y después, llegando cerca de él, batía sus alitas y le lanzaba las gotas de agua en la boca, y él se refrescaba con el agua, fortaleciéndose.

De ese modo, pronto el hipopótamo estaba recuperándose. Abriendo los ojos, pudo ver quién lo ayudaba. Entonces, le preguntó:

- Avecilla, ¿por qué estás ayudándome? Te lo agradezco, pero soy grande y pesado. ¡Todos huyen de mí, pero tú no!... ¿No tienes miedo?

Entonces, batiendo las alitas, ella dijo:

- Es que yo te necesito, porque me alimento de los insectos que se quedan en tu piel. ¡Sin ellos, yo moriría!...

Y el hipopótamo, mirando a la bella avecilla, murmuró:

- ¡Pues salvaste mi vida, avecilla! Estoy muy agradecido contigo que tanto me ayudaste. ¡Gracias! ¡De ese modo, nos ayudamos mutuamente! Quiero ser tu amigo para siempre.

Y la avecilla pio diciendo:

- Yo también, mi amigo hipopótamo. ¿Amigos entonces?

- ¡Sí! Y nos ayudaremos mutuamente, ¿verdad?

- Sí, mi gran amigo. Me agradas y nos fortaleceremos.

Así, la avecilla se posó en la gruesa piel del hipopótamo haciéndole una caricia en su espalda, y él, acercando su enorme nariz al pico de la avecilla, dijo:

- Entonces, ¿vamos a ser amigos para siempre?

- ¡Sí! ¡Ambos nos ayudaremos y nuestra amistad solo crecerá!

La avecilla le dio un beso al hipopótamo que respondió acercando su inmensa boca a sus plumas.

A partir de ese día, todos los animales que pasaban a su lado se extrañaban al ver a una linda avecilla paseando en el lomo del enorme hipopótamo mientras conversaba con él.

 

MEIMEI

 

(Página psisografiada por Célia Xavier de Camargo, el 22/05/2017.)
 

Traducción:
Carmen Morante: carmen.morante9512@gmail.com

 

 

     
     

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 Revista Semanal de Divulgação Espírita