Editorial 

Año 11 – Nº 519 – 4 de Junio de 2017

En el proceso  educativo, los actos y los ejemplos valen que las palabras

 
“Éste es, por lo tanto, el punto principal a ser destacado: ya somos amor, paz y felicidad, bajo el punto de vista de Jesús y de muchos otros sabios de la antigüedad. La cuestión estaría en que tomemos conciencia de esto.” (Claudia Gelernter, en el artículo Educación para el auto amor, uno de los relieves de esta edición.) 

Somos virtuosos en potencial. Si tenemos la centella divina en nuestros corazones, cabe a nosotros hacerla florecer. Y eso, con certeza, será consecuencia del tiempo, en que podemos  acelerar el proceso o retardarlo por la inercia. El objetivo será alcanzado, mismo que sea por las fuerzas de las cosas. Jesús ve en nosotros, debajo de la opresión oscura de nuestra inferioridad, una piedra preciosa bruta que las pruebas lapidarán.  

“Sí, es cierto que aún necesitamos de los errores para que lleguemos a los aciertos. Estamos experimentando hasta que  comprendemos el mejor camino. ¡Bajo este punto de vista, todo está como debe ser, entretanto nos cabe este despertar! Con la autoestima baja seguimos por el planeta haciendo muchos estragos, a nosotros y al mundo, para allá del necesario y del insoportable.”  (Claudia Gelernter, en el artículo mencionado.) 

Cuando el apóstol Paulo se encontró con Jesús, su conversión no fue un acto mecánico. Él comprendió la extensión de sus errores, pero, consolado, entrevió el camino a ser seguido. Y Jesús lo advirtió: Enseñaré cuanto deberá sufrir por el evangelio. 

Fue una toma de conciencia de los propios errores, de un pasado de repetidos desastres para sí y para el mundo – hasta ese despertar. 

Estemos atentos para identificar la oportunidad de ese despertar, con el riesgo de que dejemos pasar la oportunidad más propicia y, por causa de eso, caigamos en un círculo vicioso de repetición de errores y tonterías que mucho lamentaremos. 

“Necesitamos integrar todos los aspectos de nuestro psiquismo. Debemos reconocer, acoger y aceptar nuestras imperfecciones para que entonces podamos deshacernos de ellas. Y eso se da por una lógica simple: aquello que odiamos, nos amarra; lo que amamos, nos liberta.”

(Claudia Gelernter, en el artículo mencionado.) 

El despertar de la conciencia causa el florecimiento de los contenidos inconscientes que, de ordinario, guían nuestras vidas. Tanto la felicidad cuanto la infelicidad dependen de esos contenidos. El inconsciente es el repositorio de todas las experiencias de vidas pasadas, de todas las tendencias del comportamiento, de todos los impulsos y de toda la máquina deseable. Todos ellos son aspectos vitales para la economía biopsíquica. 

“A los padres, les queda aquí el alerta, para que enseñen a sus hijos primeramente a amarse así como son. Y eso se hace informándoles que los errores hacen parte de la vida, que ellos son sí imperfectos, porque aprendices, así como todos los otros humanos y que esta condición jamás les tornan indignos del amor, al contrario, ellos necesitan del amor para que comprendan su verdadera naturaleza y para que desarrollen plenamente.” (Claudia Gelernter, en el artículo mencionado.  

Mucho más que palabras son los actos, los ejemplos. Los hijos observan las actitudes de los padres. Es eso que puede edificar o desviar alguien del camino anhelado. Mucho más allá de nuestras imperfecciones observadas por los hijos, éstos observan también nuestro esfuerzo para mejorarnos. Eso es edificante. Pues muestra que nuestras imperfecciones existen, pero pueden ser combatidas, lo que torna patente para los hijos es que ellos son también imperfectos y, no obstante, puede perfeccionarse. Tornar consciente la inferioridad es un paso para la cura.
 

Traducción:
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br 

 

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita