Especial
por Christina Nunes

Año 11 – Nº 518 – 28 de Mayo de 2017

El mensaje de amor de la cabaña

“No quiero esclavos, y sí amigos. Una família...” - Jesús, en La Cabaña

Todo ocurre en sincronicidad para lo que la humanidad precisa, aunque los escenarios mundiales actuales nos sugieran un caos total. O Dios no sería Dios. Es esa una de los varios y poderosos mensajes de la película La Cabaña - con justicia, un récord de taquillas en los cines, cuyo libro de origen, sin embargo, diez años atrás no me detuve para leer.

Sin embargo, todo obedece a un tiempo y oportunidad correctos, para cada uno de nosotros. Finalmente, en el tumulto electrizante de los días que nos arrastran, ¿quiénes aún no cuestionaron a Dios? ¿Sí, en aquellos instantes de profundo desaliento y cansancio que cada cuál, por razones diferentes, vive de tiempos en tiempos? ¿En los episodios difíciles de desilusión, desánimo, sufrimientos físicos o morales mayores o más pequeños, o simplemente por cansancio?

En la duración de La Cabaña, así, nos identificamos incontables veces delante de la presencia divina. Recordamos inevitablemente nuestros diálogos mudos, desconocidos, de alegría o de revuelta con Dios, a lo largo de nuestros caminos. Pero de nuestras intenciones y dolores de conciencia, sin dudas, sólo nosotros mismos y el  Creador sabemos.

¿Cuántas veces, asistiendo al informativo asombroso del cotidiano televisivo, no indagamos sobre Dios, sumergidos en frustración o revuelta, en pensamiento o en voz alta, sobre cómo Él permite tanta desesperación, crueldad, inconsciencia, maldad, violencia?...

Sabemos, dentro del conocimiento transmitido por los Espíritus, que todo se resume a causa y consecuencia. Las elecciones de mejor o peor implicación, del pasado remoto o réciente, pronto o tarde traen para todos los resultados del que fue señalado en este rastro milenario. Sin embargo, en incontables ocasiones más graves, en que nuestras mentes se confunden, aparentemente sin todas las respuestas que queríamos del punto de vista lógico, necesitamos culpar a alguien, o alguna cosa.

La lección del perdón es siempre difícil – A veces, a nosotros mismos, en una especie de dolor de conciencia paralizante. Y en este proceso, por anticipación nos autocondenamos. O aún a otros, a quien atribuimos responsabilidades por nuestra infelicidad, o por algún perjuicio intolerable, material o espiritual. ¡Y, por fin, cuando todo se vuelve mucho más oscuro y confuso, a Dios!

¿Pero y si, como nos exhibe la película, en alguma “cabaña” de nuestros mayores sufrimientos consiguiéramos encontrarnos con Dios en persona, para auxiliarnos y curar?

Digo “en persona”, ¿en situación en la cual Él se hiciera presente en cualquier forma adecuada para que lo accediéramos mejor, de dentro de nuestra limitada comprensión de todo. Y también, para mayor júbilo, con Jesús? ¿Y, para incremento, con una presencia femenina – en la película nombrada Sarayu - corporificando el Espíritu Santo, ayudándonos a comprender el sentido tan debatido y polémico a lo largo de los siglos de esa Santísima Trinidad?

La Cabaña, com todo, no se detiene solamente en estos aspectos visibles. El principal va mucho más allá de las figuras presentadas como alegorías lindas para niños aún inmaduros; la esencia del mensaje alcanza aquel punto crítico, en el cual todos nosotros, sin excepción, nos reconocemos, en muchos de los momentos de nuestras vidas.

¿Cómo comprender el Amor de Dios por la humanidad de dentro de los escenarios espantosos, verdaderamente atolondrados de la actualidad?

Más, y mejor - ¿como perdonar?

En las rutinas de nuestros estudios espíritas ya reconocíamos que la lección del perdón siempre fue la más difícil de todas. Primero, porque no conseguimos observar en el prójimo, a quien atribuimos toda especie de culpa, razón alguna para benevolencias de nuestra parte; beneficios para quién tanto perjuicio pueda haber causado a nosotros, a quienes amamos, o a muchos otros – olvidándonos convenientemente de nuestros propios engaños y limitaciones.

Dios no es la causa de las cruel-dades del mundo – La otra y principal razón, tal vez, es la falta de fe, de confianza. La ausencia de la certeza, en ese proceso, de que Dios de hecho es bueno, perfecto, y que ama a todos en esta auténtica confusión, aparentemente sin sentido, en que actualmente las coletividades viven sumergidas, sin salida aparente, u oportunidad inmediata de liberación.

Pero, en la Cabaña, a lo largo de la película, Dios – una simpática negra bonachona y bella, bondadosa y paciente toda vida, en su cocina asando panes o tomando sol en la varanda – explica, con todo amor y tolerancia, al protagonista deprimido, rebelde contra todo, desde que una tragedia de orden familiar insoportable le había alcanzado, fulminante, el gusto por la vida, subtrayéndole, para siempre, a lo que encontraba, la capacidad de entender y de sonreír.

Dios no es la causa de las crueldades que se abaten implacables sobre los humanos. De esas tragedias, sin embargo, como ocurre al loto brotando del charco infecto, Él produce las maravillas de la transformación y de la redención humana.

Dios asegura a todos la libertad de elección, para que, a partir de ella, se aprenda y evolucione. Aún a través de las peores elecciones – aquellas que más envilecen, más producen miserias paupérrimas a los individuos en el contexto del mundo.

Cuando, sin embargo, Mack, el protagonista, indaga a él como permite que un niño inocente sufra una atrocidad en las manos de un monstruo pervertido, sin castigo justo para aquel pecador, Dios le asegura, tranquilo, comprensivo:

- ¡Mack, el pecado ya es el proprio castigo del pecador!

¡Varias cuestiones de significado crucial para nuestras rutinas de reencarnados en aprendizaje continuo van siendo presentadas, deliciosamente a lo largo de la película de escenarios y guión magníficos! Inevitablemente, nos identificamos en varios instantes en las lecciones que van desfilando, en los diálogos cariñosos entre Dios, Jesús y Sarayu, con Mack, el personaje principal del drama.

Luego se configura la cuestión del perdón, que él, en algún momento, deberá de enfrentar, para finalmente liberarse del fardo enorme de la desesperación y de la angustia que lo consumen, minando la salud mental, emocional y espiritual al punto de comprometerle la calidad de la propia vida familiar, antes armoniosa, con la esposa y la pareja de hijos.

Tenemos la mania de juzgar a todos y todo – ¿Cómo perdonar al “monstruo” que, por intermedio de una tortura atroz, hubía retirado de los escenarios de su vida a la hijita, el ángelito inocente, destruyendo todo su mayor aliento? ¿Y como perdonar a un padre perverso que, en el pasado, el tiranizó, y a la madre, durante la infancia, robándole incluso el derecho a usufructuar de modo feliz, saludable, ese periodo tierno de la existencia humana?

Le es enseñado, - y a nosotros, ya sumergidos en lágrimas de cura y deleite en los asientos del cine lleno - de manera clara, todo el significado de la lección difícilisima sobre el juicio.

Todos juzgamos todo, con incuestionable eficiencia (de nuestra óptica restringida), le explica un personaje sabio, a cierta altura de la historia. Juzgamos todos por el modo de vestirse, de andar, por la postura corporal, por el modo de hablar, por el estatus social, por el dinero que se tiene de más o de menos; por la apariencia, por el color de la piel, por las elecciones de la vida... Y, lo más serio que todo – condenamos, a partir de esas perspectivas parciales.

En la mayor parte del tiempo, por la fuerza del hábito, condenamos, implacablemente. Del ambiente familiar, a los personajes incontables presentes en los informativos diarios, condenamos o absolvemos sin parar, según  nuestros pareceres multifacetados.

¡En la película, para que Mack finalmente tenga aclarada aquella su más angustiada duda sobre el juicio y la condena divina, es propuesto a él – y a nosotros, en las salas de proyección, a aquella altura transpuestos para esa realidad mayor, narrada de manera tan magnífica – uma oportunidade decisiva!

Primero, es sugerida a él una reflexión acerca de condenar en definitiva a su padre – sobre quien le surgen escenas de una infancia torturada por otro hombre, su abuelo, aterrándolo cómo él aún más tarde había hecho con el hijo, ahora allí enmudecido. Después, son expuestas alusiones sobre el hombre perverso que le hubo robado la vida de la hijita querida - pero que, en los tiempos pasados, también fue tiranizado por alguien indefinido que hubo ayudado a deformarle, de aquella forma atroz, el carácter.

El padre quería a ambos en el llamado cielo – Y aparece, por fin, materializada delante de él, la imagen de la pareja de sus hijitos adolescentes. Le más mayor, entonces perjudicada por problemas emocionales y psicológicos debido al mismo drama vivido recientemente en familia, y el muchacho, atento y asustado, que lo encara, interrogativo. Ambos situados allí, de la nada, – para que él mismo decida: con todas las imperfecciones, pequeñas aún, a ser corregidas y mejoradas en ambos, y que Mack conocía muy bien...

¿Juzgándolos como padre, cual escogería él, absolviéndolo, para seguir con él para el cielo, y cual él condenaría en definitiva, para ir para siempre para un infierno?

En las escenas que se suceden, atónito, el padre encara a aquellas dos caritas tan amadas suyas, a pesar de todo el conocimiento que detentaba de sus eventuales fallos individuales.

¡Y desiste de juzgar! En lágrimas, suplica que se concluya aquel episodio, porque, en definitiva, no juzgaría a ninguno de los dos. Quería a ambos consigo en el llamado cielo. ¡Y, si tuviera que uno ir en definitiva para el infierno, que fuera él mismo!

En esta altura de la exhibición emocionante, amigo lector y lectora, como a tantos más ciertamente ocurría dentro del cine sobre otros recuerdos personales, me acordé en lágrimas, emocionada, de una situación difícil del pasado reciente - en la cual, delante de mi hijita más joven enferma sobre una cama de cierta clínica de Rio de Janeiro, con diagnóstico de una molestia gravísima, gasté literalmente todos los minutos de una madrugada, a los sollozos ininterrumpidos, hablando con Dios. Pidiendo la gracia de que todo aquello fuera sólo una pesadilla. Que se pasara para mí misma el mal que se había apoderado del cuerpecito joven, y que a ella fuera dada la oportunidad de continuar en el camino de la vida, para una existencia provechosa en favor de su felicidad y perfeccionamiento.

Aquella noche parecía eterna – ¡Rogué, supliqué esa misma cantinela, sin parar em madrugada adelantada, delante del lecho donde ella resonaba, experimentando un sentimiento que superaba en mucho cualquier rebeldía o necesidad de  culpar a Dios, o a ese o aquel! Todo lo que pedía es que viniera el mal para mí. Pues, estando yo con más de medio siglo de vida, tendría ella mucho más que aprender y aprovechar, permaneciendo en la vida corpórea, de lo que yo misma. O que, siendo posible, que todo fuera una equivocación médica. ¡Un horrible engaño!

Vino el día, y con él la médica-jefe, además de la enfermera cariñosa que nos había cuidado durante toda la noche – uno de aquellos ángeles oportunos que son situados a nuestro lado en esos instantes de desesperación, para que, a pesar de todo, nos mantengamos de pie, sin perder por completo la confianza en Dios. Pues para mí, de hecho, aquella noche se asemejó, a la vez, a una eternidad y a un único minuto.

La médica examinó a mí hijita, y, con extrañeza, tras intercambiar ideas con otros médicos presentes, me informó que la llevaría a un reconocimiento en la zona sur de Rio, pues, por lo que verificaba, algún diagnóstico errado fue dado por la médica de guardia que nos hubo atendido en la noche anterior. Tranquilizándonos, prácticamente aseguró que fue un engaño, pero quería una nueva confirmación a través de la pericia de la nueva clínica.

Mi hijita había despertado entonces llena de vivacidad, e irritada. Era sábado. No creía que aún tendría que someterse a nuevos exámenes. Reclamaba que quería ir al centro comercial.

Bien impresionada a mi lado, pero aún sin poder creer, seguimos las orientaciones. ¡Y hecho es que, aquel día bendecido, obtuve la gracia divina de ver confirmado el error del diagnóstico! ¡Para celebración familiar sin descripción, todo estaba bien!

Esa divagación, la expongo para ilustrar el tipo de amor divino a que se hace mención por Dios en La Cabaña, y que muchos de nosotros experimentamos, em algun momento. El amor de Mack, al no querer juzgar a ningún hijo, y ofrecerse en lugar de ellos para ser sacrificado. El Amor de Jesús por la humanidad entera, ofreciendo su sacrificio personal al no condenar o juzgar, cuando exclamó lo “¡Padre, perdónalos, porque ellos no saben lo que hacen!”

Jesús no nos quiere como escla-vos – El Amor de Dios, finalmente, al asegurarnos la libertad de elección a lo largo de todo nuestro trayecto eterno, para que seamos redimidos porque aprendemos con nuestras propias lecciones. Y no por temor a un castigo. Porque Dios nos juzgase o condenara, y, parcial o vengativo, no pudiera poder echar mano de otro método para redimir a los seres que no le da condena eterna o del ocio definitivo en una especie cualquiera de cielo conquistado no por mérito propio, sino por un veredicto autoritário en tercera persona. Un Dios distante, parcial, inalcanzable e incomprensible, más semejante a los modelos jerárquicos terrenos, en los cuales la base de la pirámide nunca ve o comprende quién o lo que se halla en la cima.

En La Cabaña, al Mack cuestionar de Dios la razón por la cual fue permitido el flagelo imnominable de Jesús, la linda negra, como Dios corporificado, se emociona. Deja que él exponga su duda y su revuelta y le responde:

- Usted no entendio...

Y exhibe, en el proprio punto llagado, la cicatriz dejada por el martírio del madero vivido por Jesús en el passado.

¡Dios estuvo con el Maestro y está con nosotros, en todos los mínimos segundos de nuestras jornadas. Él nos ama tal como estamos en ese exacto instante; no condena, y nos ve como lo que de hecho somos – luces y colores – en eterna evolución! ¡Desde siempre y para siempre!

Y, por fin, Jesús no nos quiere como esclavos. Quiere como a sus amigos. Como la mejor representación divina posible en un ser humano hasta hoy, también permanece con nosotros, dondequiera que estemos en determinado momento.

He ahí la razón de que el Mensaje de Amor de los Evangelios pertenezca a todos los seres, de todas las épocas, en cualquier lugares o caminos que escojamos seguir.

He ahí la causa del Mensaje de Amor de la Cabaña ser más que oportuna para todos nosotros - aquí, ahora, - especialmente en la época en que vivimos, y también después...

 

Traducción:
Isabel Porras - isabelporras1@gmail.com

 

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita