Espiritismo para
los niños
por Célia Xavier de Camargo

Año 11 – Nº 518 – 28 de Mayo de 2017

Ingratitud

Cuando la pequeña Livia llegó a casa, retornando del colegio, estaba bastante triste.

En las oraciones que hacía en familia, ella había aprendido que tenemos que hacer el bien siempre. Entonces, siempre que tenía una oportunidad de ser útil, Livia no lo deja pasar por alto.

A veces era una señora doblada por el peso de las compras a quien ella se ofrecía a ayudar. Otras veces era un ciego que deseaba atravesar la calle y la niña rápidamente lo tomaba del brazo y lo dejaba con seguridad al otro lado. Y así, ella siempre actuaba de buena voluntad: cuando un niño se caía, ella corría a ayudarlo; liberaba la cometa que se había quedado atrapada en una rama de árbol, conversaba con alguien triste, enseñaba la tarea a sus compañeros que no habían entendido el curso y mucho más. Y por sus cualidades, todos la amaban.

Un día, Livia vio un cachorrito que, saltando de bolsa en bolsa de basura, se había caído en un gran tacho de basura. ¡Ella no lo dudó!

Corrió y socorrió al cachorrito.  

A la dueña, una niña que vivía un poco más allá, no le gustó la actitud de Livia.

- ¿Pero por qué? – preguntó Livia. – Tu cachorrito podría haberse lastimado en la basura, que está siempre llena de trozos de vidrio y otras cosas.

- ¡Él tenía que aprender la lección! ¡Así, en otra ocasión, no metería el hocico en la basura! No pienses que te lo voy a agradecer.

Sujetando el perrito, lo apretó contra su pecho y se fue, con la nariz respingada.

Al llegar a su casa, Livia estaba triste. Por primera vez, a alguien no le gustaba su actitud de buena voluntad.

- ¿Qué pasó, hija mía? – preguntó su mamá.

- Nada, mamá.

Livia no quería ni tocar el tema. Sin embargo, no conseguía olvidar lo que había pasado. Esa noche estaba muy triste y, al acostarse, como su mamá insistía, Livia terminó contándole lo sucedido.

- ¡Una niña fue ingrata conmigo, mamá! – dijo ella entre lágrimas.

La mamá se acostó con ella y, abrazándola, le pidió:
 

- Cuéntame lo que pasó, hijita. Compartir nuestro dolor hace que duela menos. Además, ¿tal vez pueda ayudarte?

Entonces Livia le contó a su mamá lo que había pasado y concluyó afirmando:

- Eso fue lo que pasó.

- ¿Solo eso? ¿Pero dónde está el problema?

- El problema, mamá, es que yo hice lo que pude para ayudar ¡y ella fue ingrata conmigo! ¡Estoy pensando seriamente en ya no ayudar a nadie más!

La mamá abrazó a su hija aún con más cariño y consideró:

- Livia, si ella te demostró ingratitud, el problema es de ella, querida, no el tuyo. ¿Tú ayudaste al cachorrito para recibir el agradecimiento de su dueña?

- ¡Claro que no, mamá!

- Hiciste lo que pensabas que debías hacer, ¿verdad?

- .

- Todas las veces que ayudaste a alguien, ¿te quedaste esperando para recibir su gratitud?

- ¡No!...

- Entonces, tú hiciste lo mejor a tu alcance en todas las situaciones. Si esa niña no reconoció eso, ¡el problema es de ella! Cuando hacemos el bien, no podemos esperar el reconocimiento de las personas, sino va a parecer que hay orgullo y egoísmo de nuestra parte; que hicimos esa buena acción para recibir su gratitud, para ser vistos. ¿Entendiste? Es como si dijéramos: ¡Mira como soy generosa!...

- Entendí, mamá. Tienes toda la razón. Mañana voy a salir de casa y haré como siempre he hecho, porque me siento bien, porque me gusta ayudar mi prójimo.

La mamá dio un gran abrazo a su hija y, después de una oración, Livia se durmió contenta.                   

MEIMEI

(Mensaje recebido por Célia Xavier de Camargo, el 9/8/2010.)

Traducción:
Carmen Morante: carmen.morante9512@gmail.com

 

 

     
     

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